jueves, 9 de julio de 2009

Junto al mar...

Hace muchos años oí a alguien decir que el mar atrapa el alma de aquellos que se proponen reflexionar junto a él, y que aquellos que resultan ser atrapados son dichosos seres repletos de una magia momentanea.
Una noche conocí a un hombre y vi algo raro en sus ojos pero no logré decifrarlo hasta mucho después. La noche pasó, y entre tantos que éramos su voz parecía sonar al compás de las olas, constante, dispareja e irrepetible. Aunque todos parecíamos estar bajo el atrapante manto de viento que prevalecía, seguimos ahí. Sentados en la arena, pasando un buen rato entre amigos, con nosotros mismos, unidos en conjunto.
Nada nos importaba de quienes pasaban a nuestro lado. Solo éramos nosotros en el mundo.
Cuando la magia del mar fue algo distraída, partimos rumbo hacía otro lugar.
Dicen también que uno siempre vuelve donde el alma esta en paz, donde descansa, aunque hay quienes nunca abandonan el lugar de relajación.
Este hombre del que hablaba quiso volver y resolví acompañarlo. Sus ojos me intrigaban demasiado pero en ese momento todas mis dudas desaparecieron.
Parecía que él estuviera en la comodidad de su hogar. Se recostó en la arena seca, se acomodó y contempló el baile de las olas. En sus ojos se veían olas también, pero las que él creaba, los que el sentía cuando miraba el mar. Las olas de sus ojos eran la pareja perfecta de las del mar. Supongo que sería un momento especial para él.
Amaneció y él seguía ahí, mirando las olas sin pensar en nada más que en su juego perfecto y armonioso. Fue entonces cuando se ofreció a acompañarme. Me pidió que espere y fue directo al mar. Camino apasionado como si estuviera despidiendose de su mejor amante. Mojó sus pies, acarició el agua y se empapó el rostro como quien otorga su último beso con verdadero sentido.
Impecable y con un silencio melancólico volvió hacia mi. Se despidió y se fue.
Nunca más lo volví a ver, nunca supe su nombre. Solo se que encontré una de esas almas dichosas que llevan esa magia momentánea en su interior y que llevan su lugar de paz dentro, aunque deban esperar para tocarlo.

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